En los últimos días, algunos medios internacionales —y varios locales— han querido instalar la idea de que el Perú vive “una dictadura sin dictador”. Es una frase ingeniosa, pero vacía. Confunde la crisis con la tiranía, la desconfianza con la sumisión y la debilidad institucional con autoritarismo. El Perú no vive bajo una dictadura: vive una democracia fracturada (débil, pero viva) que resiste, aunque muchos prefieran declararla muerta, para eximirnos de responsabilidad.
Y claro que hay poderes fácticos, burocracias enquistadas y harta corrupción. Hay, también, descomposición política, polarización y desafección ciudadana. Pero también hay un Congreso elegido a través del voto popular, una prensa libre que informa (y muchas veces desinforma...) y fiscaliza, una justicia que investiga (i

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