De Madrid al cielo , dice el refrán capitalino, eludiendo el tránsito callado entre la última respiración y la eternidad, esa zona intermedia donde la ciudad todavía se deja sentir, como un rumor que llega amortiguado por los cipreses. Madrid no acaba en los túneles ni en las azoteas; acaba en sus cementerios. En ellos se consuma la frase castiza. Porque antes del cielo, está La Almudena .

Cinco millones de muertos. Un censo más estable que el de los vivos. La Almudena es una metrópoli en negativo , un espejo de piedra donde la ciudad sigue existiendo, pero sin ruido. Los autobuses atraviesan el camposanto como si Caronte hubiera firmado un convenio con la EMT. La línea 110 recorre las avenidas de los difuntos con una puntualidad casi teológica. Un viacrucis de doce paradas, una pa

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