La nefasta relación entre movilidades humanas y la muerte de personas se ha convertido en un mal de nuestro tiempo, que poco se hace por evitar. De suyo, la migración o la búsqueda de asilo en un país ajeno no supone algún riesgo de muerte, incluso en condiciones precarias e irregulares. La probabilidad de morir deriva de la colisión entre la necesidad de movilidad y, enfrente, las políticas de Estado que la excluyen o rechazan abiertamente implementando todo tipo de obstáculos normativos y físicos. Entre más severos los segundos, mayores los riesgos que las personas emprenden, obligadas por factores que les trasciende como son las violencias y crisis sociales, económicas e institucionales. Como es sabido, el crimen organizado se suma como un gran explotador de esa vulnerabilidad humana co

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