El asesinato de Carlos Manzo Rodríguez, presidente municipal de Uruapan, perpetrado la noche del 1º de noviembre en plena celebración del Día de Muertos –el Festival de Velas–, es una lamentable muestra de la persistente descomposición que padece Michoacán.
El homicidio del empleado público, en el que además resultó herido un funcionario local, y en el que fue abatido uno de los agresores, es de suyo condenable, como lo es todo asesinato, y a esa condena deben sumarse los deplorables efectos políticos del crimen.
No puede pasarse por alto que la víctima era un opositor a la estrategia de construcción de la paz aplicada por el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum y que llevó tal oposición hasta el punto de que se manifestó a favor de la ejecución extrajudicial de presuntos delincue

 La Jornada Baja California

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