Un municipio rural ubicado en la línea divisoria entre los estados de Michoacán y Jalisco vive una transformación silenciosa pero dramática: casas abandonadas, negocios cerrados, niños que ya no van a la escuela y familias que han decidido emigrar ante la presión del crimen organizado.

Los reportes de medios nacionales señalan que los residentes se ven forzados a dejar sus viviendas por miedo a represalias, extorsiones, desapariciones o a quedar en medio de un conflicto entre cárteles.

Las calles que antes estaban activas durante las horas del día ahora lucen desiertas. Los comercios han bajado las persianas, y quienes permanecen lo hacen bajo condiciones de alta vulnerabilidad. Según testimonios difundidos, “ya no salimos de noche”, “cerramos temprano por seguridad”, “vamos a lo m

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