Las cosas no le iban al Real Valladolid como para ponerse exquisitos. Con su pésima racha, en especial en Zorrilla, y su vergonzosa eliminación de Copa, el equipo estaba futbolísticamente (como le gusta decir a Almada) deshidratado. El panorama no empujaba a recrear la ceremonia japonesa del té, levantando además el pulgar, sino a tirarse en plancha, sucio y desharrapado, en el primer charco del camino y meter la cabeza hasta el cuello para beber lo más posible.

Eso hizo el Pucela ante el Granada. Domó un partido en el que en la primera parte le daba igual morir de sed, para cambiar el chip y retirarse del mismo con la barriga llena de agua. Por fin volvió a ganar en Zorrilla. Y demostró que es capaz de competir. Quizá éste sea uno de sus dientes de sierra positivos y veamos de nuevo el c

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