Érase una vez una mujer de cuarenta años a la que José Luis Ábalos no le gustaba como hombre. Como ministro, sí. Y como socialista. Pero como hombre, no le atraía físicamente. Le conoció en un mítin en Asturias en el año electoral de 2019. Él se fijó en ella cuando la vio llorar (o igual ya se había fijado antes). Y ella lloraba porque debía dos meses de alquiler y no tenía trabajo.

Tan compasivo era el ministro con las personas que sufrían -al menos con las personas mujeres- que, pese a andar quejándose siempre de lo poco que se gana como ministro, le pidió el número de cuenta y le prometió ayuda. Unos días después, Koldo le hizo una transferencia de mil trescientos euros. Y unos días después, Koldo le pidió su currículum. Y unos días después, fue contratada en una filial de la Renfe.

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