Cuando el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva regresó al poder, tenía un objetivo ambicioso:
restaurar la imagen de su país como defensor de la acción climática.
Prometió reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero de Brasil, recaudar fondos mundiales para abordar la crisis climática y frenar l a destrucción desenfrenada de la selva amazónica, tal como lo había hecho en sus dos primeros mandatos.
La celebración de la cumbre climática de la ONU de este mes, que por primera vez se celebra en la Amazonía, debía servir como una especie de vuelta de honor, ofreciendo a Lula, un izquierdista, la oportunidad de consolidar el regreso de su nación al escenario mundial como una voz líder en la diplomacia climática.
Sin embargo, tres años después de regresa

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