Imagina a un niño de ocho años, con los ojos brillando de determinación, plantado frente a una montaña de bloques de Lego. No es sólo un juego; es una misión. Horas después, surge una torre imponente, no perfecta, pero suya. Ese niño no lo sabe aún, pero está cultivando el hábito de la persistencia, una semilla que lo llevará a escalar montañas reales en la vida.
Historias como ésta no son raras: de Malala Yousafzai, quien a los 11 años ya blogueaba sobre educación bajo amenaza talibán, a Elon Musk, quien devoraba libros de ciencia ficción en su infancia sudafricana, los niños exitosos no nacen con una corona de oro. La forjan con hábitos cotidianos, esos rituales invisibles que transforman sueños en realidades. Pero, ¿cuáles son esos hábitos? Y ¿cómo pueden los padres sembrarlos en un mu

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