Zohran Mamdani será el nuevo alcalde de Nueva York a partir del 1 de enero. Será el primer alcalde musulmán de la ciudad, el más joven en 100 años –tiene 34– y el segundo perteneciente al DSA –Socialistas Democráticos de América–, después de David Dinkins (1990-1993). Pero Mamdani, sobre todo, hace historia con el triunfo en la ciudad de Nueva York, la más importante de EEUU y uno de los iconos del capitalismo occidental, porque ahora, a diferencia de hace tres décadas, el DSA es un actor político relevante en el ecosistema del Partido Demócrata: gana primarias e imprime un impulso de programa y narrativa de izquierdas a un transatlántico que quedó muy tocado y deprimido tras la victoria de Donald Trump contra Kamala Harris hace exactamente un año.
Y esa parálisis, esa duda existencial sobre cómo responder a un presidente cuya agenda ultra achica los espacios democráticos, coloniza la justicia, tiene dominado el legislativo, persigue a sus oponentes y amenaza a las cadenas de televisión con quitarles la licencia si le critican, tiene ahora una alternativa de éxito diferente a lo ensayado hasta el momento por el Partido Demócrata y que se tradujo en sendas derrotas ante Trump en 2016 y 2024. Un camino diferente también en un asunto muy sensible en una ciudad como Nueva York, con tanta diversidad étnica, y es la solidaridad con el pueblo palestino y la condena del genocidio y el Apartheid israelí, que ha servido como coartada al establishment demócrata y al trumpismo para ridiculizarlo como simpatizante incluso de un hipotético nuevo 11-S.
Mamdani, el socialismo democrático abanderado por el senador por Vermont Bernie Sanders como un llanero solitario de lado a lado del país, ese socialismo democrático que convirtió en un hecho político relevante la entrada a la Cámara de Representantes de figuras como Alexandria Ocasio-Cortez y Rashida Tlaib, ha demostrado en esta campaña que es capaz de articular un movimiento político y social con una organización de unas 16,.000 personas en Nueva York con más de 100.000 voluntarios movilizados por el candidato, haciendo turnos desde las 9.00 de la mañana a las 9.00 de la noche para tocar hasta tres millones de puertas pidiendo el voto para Zohran Mamdani.
Y todo esto en un contexto de agresividad diaria de Donald Trump y toda su Administración, insultando al candidato, pero también en una campaña en la que Cuomo, en vez de asumir su derrota en las primarias, puso en marcha una candidatura paralela sin siquiera una desautorización formal por la dirección del Parido Demócrata, entre otras cosas porque ha estado apoyada por importantes donantes que le han dado hasta 40 millones de dólares, mientras que la campaña de Mamdani se ha financiado con aportaciones individuales, no de grandes donantes. Una campaña, además, en la que no ha tenido problemas en agitar miedos, la islamofobia, asociando al candidato con la delincuencia.
Precisamente esa diferencia tiene mucho que ver con el tipo de ejes que ha introducido Mamdani en esta campaña. Cada partido, demócrata o republicano, tiene sus propios multimillonarios que aportan mucho dinero a candidatos para ganar campañas y, después, ver recompensada esa cuantiosa aportación.
Y Mamdani ha cambiado la narrativa, porque se ha dirigido, precisamente, a esos superricos que financian a perfiles como Cuomo, pero que también financiaron a Kamala Harris o Hillary Clinton, como financian a Nancy Pelosi o los líderes demócratas en el Senado y la Cámara de Representantes, Chuck Schumer y Hakeem Jeffries. Y lo que establece su programa es, justamente “tax the rich”; es decir, una fiscalidad progresiva para llevar a cabo un programa que haga más asequible la ciudad.
¿Qué significa eso? Contener el precio del alquiler de las viviendas de familias vulnerables; hacer gratuitos los autobuses; poner en marcha economatos públicos para hacer más barata la cesta de la compra y establecer la gratuidad de la educación infantil.
Es decir, Mamdani ha intentado ofrecer un proyecto de ciudad asequible más allá de apelar al miedo a la ultraderecha, y con ello ha interpelado a resortes a los que también recurrió Donald Trump en su victoria de noviembre de 2024. En aquellas elecciones, Trump se presentó como el candidato de las personas trabajadoras que no llegaban a fin de mes, que no tenían para hacer la compra ni pagar el alquiler o llenar el depósito de gasolina.
“Pero Trump mintió y no cumplió”, ha dicho Mamdani. Es más, las elecciones se han producido después de más de un mes de cierre del gobierno en el que la Administración Trump ha sido incapaz de no dejar caer un programa de ayuda para alimentos que beneficia a uno de cada ocho estadounidenses mientras sí tiene dinero para acumular soldados cerca de Venezuela, hundir supuestas narcolanchas en el Caribe y el Pacífico Oriental asesinando a más de 60 personas extrajudicialmente o para demoler la mitad de la Casa Blanca para construir un salón de gala y rehacer el baño de Lincoln del edificio.
Y, todo ello, mientras celebra una fiesta a lo Gran Gatsby en su mansión de Mar-a-Lago la noche de Halloween.
A partir de ahora, el Partido Demócrata tendrá que decidir que rumbo toma de aquí a las elecciones legislativas de enero de 2026, donde se disputarán los 435 escaños de la Cámara de Representantes y 35 de los 100 del Senado. Pero no sólo será una decisión que dependa de sus dirigentes, también será una decisión que estará en manos de su base política, porque la familia más progresista de ese entorno político y el DSA en concreto salen reforzados de estas elecciones y querrán replicar el modelo de Mamdani allá donde puedan disputar distritos con candidatos propios o negociando programas políticos a cambio de su apoyo.

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