Como buen promotor neoyorquino, a Donald Trump le encanta la visión de una excavadora echando abajo un edificio viejo. Lo ha vuelto a demostrar demoliendo el Ala Este de la Casa Blanca para hacer sitio a su último proyecto: un lujoso “salón de baile” más grande que el terreno de juego de un estadio de la Champions. Un proyecto de 170 millones de euros que pagarán, entre otros, empresas como Meta o Google, desesperadas por congraciarse con el presidente. Un capricho enorme y carísimo, incluso comparándolo con la larga lista de caprichos presidenciales que han ido definiendo la Casa Blanca a través de dos siglos.
Todo empezó, en realidad, con un capricho. El primer presidente, George Washington (1732-1799), escogió personalmente el lugar donde se levantaría la Casa Blanca, aunque nunca

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