La Boutique de barrio Jardín fue el escenario para su despedida. El estadio de Talleres había sido la casa de Daniel Alberto Willington: el césped, el escenario para su genio; las tribunas, el lugar donde primaba el asombro.

Ahí mismo, donde había hinchas de la “T” de todas las edades... y de Vélez. Muchos habían venido desde Liniers o desde el interior provincial. Fue tan ídolo como en la “T”. Hasta le hicieron una estatua.

En esas mismas tribunas que tanto lo vivaban, también había estado su crítico más acérrimo: su papá Atilio, “el Toro”. El primer Willington, jugador y DT, nunca lo veía jugar bien. “Era para hacerme mejorar. Lo entendí después”, solía decir “el Daniel” sobre su padre, cuando vivían en Villa Revol. Luego, tras un paso por Avellaneda —el primer club del “Loco”, nacido

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