En solo un par de décadas, el teléfono pasó de ser un simple aparato para hacer llamadas a convertirse en el centro de nuestra vida digital: agenda, cámara, banco, mapa y conexión social. Sin embargo, esta revolución tecnológica también ha traído un fenómeno creciente y preocupante: el acoso telefónico y digital.
La facilidad con la que hoy compartimos información personal —números de teléfono, correos, redes sociales— ha generado un entorno en el que la privacidad se vuelve frágil. Formularios en línea, suscripciones o simples registros en aplicaciones pueden exponer datos que terminan en bases de datos comerciales o, peor aún, en manos de estafadores.
Las llamadas insistentes de ventas, los mensajes falsos de bancos o las amenazas disfrazadas de encuestas forman parte del nuevo paisaje

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