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La reciente celebración del obispo castrense Santiago Olivera por el fallo de la Corte Suprema que beneficia a represores de la última dictadura militar no es un hecho aislado. Es la punta de un iceberg que revela una profunda y dolorosa grieta dentro del espacio cristiano: la que separa a una iglesia seguidora del mensaje liberador de Jesús de Nazaret de la iglesia que justifica a los represores.

Al brindar su apoyo a quienes fueron encontrados culpables de crímenes de lesa humanidad, Monseñor Olivera no solo ofende la memoria de las víctimas y sus familias, sino que traiciona el núcleo mismo del evangelio. El Jesús de los Evangelios, que proclamó "he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia" (Juan 10:10), es el mismo que identificó su presencia con los presos, los ham

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