Los agujeros negros siempre fueron símbolos de lo desconocido: regiones del universo donde las reglas que se aplican aquí ya no funcionan de la misma manera. Durante décadas, solo pudieron estudiarse a través de efectos indirectos, como el movimiento de estrellas cercanas o la detección de ondas gravitacionales.

La idea de verlos parecía imposible, sobre todo porque ninguna luz escapa de su interior.

Sin embargo, la revolución llegó en 2019, cuando la colaboración internacional del Telescopio del Horizonte de Eventos (EHT) publicó la primera imagen de la sombra del agujero negro supermasivo de la galaxia M87 . A partir de ese momento, los agujeros negros se transformaron en algo tangible, comprobable y, sobre todo, medible.

“Lo que se ve en estas imágenes no es el agujer

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