El mes en curso vence, una vez más, el plazo que puso Estados Unidos para decidir si impone o levanta aranceles a productos manufacturados en México, un pendiente que mantiene en vilo al sector industrial de ciudades como Ciudad Juárez. Ese reloj no es una simple formalidad diplomática: es un recordatorio de que nuestro país sigue siendo objeto del ejercicio de influencia y poder económico por parte de su principal socio comercial.

Estados Unidos ha perfeccionado un tipo de poder que va más allá del económico. Lo que estamos viendo es una forma de poder de contención, donde el vecino del norte regula los tiempos, fija los límites y usa el arancel como instrumento de presión, sin romper formalmente con el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Es el equivalente contemporáne

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