Si la democracia funciona –y este es el caso de la Argentina–, los triunfos electorales suelen tener dos caras: son legítimos y esclarecedores, pero también engañosos. Legítimos porque se han conseguido en buena ley, respetando las reglas y los procedimientos; y esclarecedores, porque pasan en limpio la política, mostrando la relación de fuerzas entre los partidos y el modo en que esta se expresará en el plano legislativo o ejecutivo. Engañosos, sin embargo, porque suelen interpretarse como expresión de la voluntad de una sociedad, no como la conducta de una parte de ella, la que integran quienes votaron al ganador. A veces –y este fue el caso del 26 de octubre–, esa interpretación se torna además falaz o interesada, como la que hizo el Wall Street Journal al sostener que los pobres habían
Milei, legitimidad y representación
Perfil4 hrs ago
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Página/12 Economía