En el invierno europeo de 1945, tras el estruendo de los cañones y el derrumbe de los sueños imperiales del nazismo, el Tribunal de Núremberg pasó a ocupar el centro de la escena. Por esas galerías de la ciudad alemana, cruzaba a diario un psiquiatra de barba recortada y andar rápido. Llevaba su portafolio desbordando de papeles y test impresos. Su nombre era Douglas Kelley y su misión fue enfrentar cara a cara a los arquitectos del genocidio nazi , interrogar sus mentes y buscar, en lo más hondo, una explicación racional para el mal.
Poco después del desembarco de los aliados en Europa, Estados Unidos decidió enviar un equipo de médicos y expertos para analizar la constitución psicológica de los criminales nazis más destacados. El objetivo era determinar si Hitler, Goering, Hess y

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