Ahmed al Sharaa , antiguo comandante rebelde y hoy primer presidente interino de Siria , ha llegado a Washington con la relevancia de quien porta una historia hace un año imposible: pasar de ser el rostro más buscado de Oriente Medio a convertirse en el interlocutor legítimo de Occidente. Su encuentro con Donald Trump, el primer presidente estadounidense que recibe en la Casa Blanca a un homólogo sirio en casi 80 años, es más que un gesto diplomático. Representa la apuesta más arriesgada de la administración norteamericana en su intento de cerrar el capítulo más sangriento de la guerra siria y hacerlo en un escenario cargado de simbolismo: el blanqueamiento oficial de un líder problemático a cambio de la metamorfosis política de un país que, durante más de medio siglo, solo conoció

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