En medio del lodo que cubrió a Armero en la noche del 13 de noviembre de 1985, entre los gritos, los rescates desesperados y el caos, hubo niños que lograron salir con vida. Algunos fueron subidos a helicópteros, otros atendidos por socorristas, y varios más trasladados a hospitales o albergues improvisados. De muchos se supo durante unos días; de otros, nunca más. Cuatro décadas después, decenas de familias aún buscan a esos hijos, nietos o sobrinos que desaparecieron cuando todo parecía perdido, pero que, según los registros de entonces, habían sobrevivido.

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El caso de los niños desaparecidos de Armero se convirtió en uno de los capítulos más complejos y dolorosos de la tragedia. No solo por

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