Una sombra de incertidumbre y miedo se extiende entre la vasta comunidad de migrantes venezolanos en Chile, especialmente aquellos en situación irregular, ante la posibilidad de un giro político radical. Para personas como Suhey García, quien reside en el asentamiento «Nuevo Amanecer» cerca de un antiguo vertedero en Santiago, el temor a ser expulsada es palpable. «Tengo mi vida hecha acá», afirma categóricamente la venezolana de 30 años, cuya familia —incluidos sus hijos de 13, 12 y 8 años— ingresó caminando desde Bolivia por un paso no autorizado en 2020.
Actualmente, a pesar de las recientes restricciones para regularizar su estatus, miles de indocumentados llevan una vida que califican de «relativamente normal». Tienen acceso a servicios de salud básicos y pueden matricular a sus hijo

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