Sir Winston Churchill, viendo que un parlamentario anciano intentaba seguir un discurso, a través de una trompetilla, gritó en la cámara: “¡Mirad a ese colega, que ignora las ventajas que la bondadosa Providencia le ha concedido!”. Casi todos mis amigos se han vuelto sordos de los dos oídos o de uno solo. Si es de uno solo, pasa, porque en un almuerzo, un suponer, me coloco por la parte de la oreja hábil y salimos del paso. Lo malo es a quien le toque la otra. Entonces, las cenas de Navidad de los pocos que quedamos del colegio, o de las amistades viejas, se convierten en un griterío ensordecedor –la expresión viene al pelo— y nadie escucha, ni los sanos, ni tampoco los que se han provisto de audífonos. Mi hermano Pepe, que es sordo de toda sordera, confiesa que, por fin, tras años de negr
País de sordos
Diario de Avisos3 hrs ago92


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