La rivalidad entre China y Japón ha dejado de ser episódica para derivar en una fricción sostenida, con Taiwán en el centro de gravedad de la discordia. La dinámica actual trasciende la retórica diplomática, y se ha traducido en alertas consulares, maniobras con fuego real y la suspensión de canales de comunicación al más alto nivel. El resultado es un entorno de seguridad regional crecientemente militarizado, donde la disuasión, más que el diálogo, es el único lenguaje operativo.
El detonante inmediato provino de Tokio. La primera ministra Sanae Takaichi afirmó que un eventual ataque chino contra Taiwán podría activar el derecho japonés a la autodefensa colectiva, sustentado en la reforma doctrinal de 2014 y consolidado en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2022. La declaración marcó

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