La primera vez que la vimos, ella abrió los brazos. No era el saludo cortés que dicta el protocolo, ni esa caricia social que apenas roza la superficie: era un abrazo de regreso. De madre. De casa. Un abrazo en el umbral del Hotel Internacional de Cartagena , donde se ubica su pequeño local, avivando el ingreso a un espacio donde el tiempo se ha anudado con hilos de memoria y dignidad. Es una sensación extraña, de esas que, como diría el Maestro Gabo, te ubican entre la ficción sublime y la realidad palpitante. Todo allí —las hebras colgantes, el brillo de las telas, las plantas— es un fragmento de Macondo en pleno siglo XXI.

Indira Morales de la Rosa, con 38 años, sostiene en las manos el don de quienes han atravesado la violencia y, aun así, siguen tejiendo luz. Viste colores que

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