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La marcha presentada como “rebeldía de la Generación Z” terminó revelando algo muy distinto: no fue una protesta juvenil, sino la puesta en escena de una derecha adulta y ansiosa, decidida a usar cualquier recurso para simular fuerza social. Bastaba ver el Zócalo: la mayoría de los asistentes superaba los treinta años, varios eran opositores conocidos y el contingente juvenil auténtico era reducido. La etiqueta generacional fue un disfraz para vender una narrativa falsa: la de una juventud “harta” que en realidad casi no estaba allí.
El punto más grave del día lo marcó el “bloque negro”, un grupo de encapuchados que llegó con herramientas para desmontar las vallas de Palacio Nacional. No improvisaron nada: sabían dónde golpear, cómo abrir brechas y cuándo avanzar contra una policía d

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