La ceremonia había comenzado en medio del bullicio y el humo de Kilburn , el barrio londinense en donde los irlandeses eran mayoría. Aquella tarde de febrero de 1968, ningún espectador esperaba una función de ilusionismo ni la resurrección de un santo. Michael Meaney descendió voluntariamente a un ataúd de madera, dispuesto a permanecer confinado bajo tierra durante 61 días con la esperanza de volver a la superficie convertido en leyenda y millonario.
Kilburn, ese pequeño Dublín extraterritorial, hervía de expectación junto al pub local. Una estructura improvisada de andamios, martillada por obreros sin demasiado oficio en la carpintería, rodeaba el lugar donde reposaría Meaney. La caja había sido decorada con una bandera irlandesa, con una foto de su hija y un crucifijo. Los medi

Infobae

El Intransigente Espectáculos
Ciudad Magazine
AlterNet
Atlanta Black Star Entertainment
The Daily Bonnet
America News