Por: Emilio Gutiérrez Yance

La mañana en Magangué llegó perfumada de pan fresco, ese aroma que se cuela por las rendijas de las casas y despierta incluso al sueño más profundo. Con el sol apenas insinuándose detrás de los techos de zinc, el barrio Minuto de Dios empezó a llenarse no solo de niños, sino también de rostros conocidos: los líderes de las Juntas de Acción Comunal de distintos barrios, gente curtida por el trabajo comunitario, convocados a una jornada que prometía más que palabras.

Bajo el viejo almendro —ese que parece cargar en sus ramas todas las historias del pueblo— la Policía Comunitaria ya estaba lista. No llegaban con protocolos rígidos ni solemnidades: venían con disposición, con escucha, con la voluntad de tender puentes. Era una mañana para hablar de valores, sí, pe

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