En muchos países se repite una escena inquietante; las instituciones no colapsan en un solo día, simplemente empiezan a temblar. Primero un detalle menor, luego una irregularidad que nadie corrige, después una norma que “no pasa nada” si se ignora. Las democracias, como los faros, no se apagan de golpe; titilan. Esa es la verdadera amenaza política de nuestro tiempo; la lenta corrosión institucional .

Hoy el debate público suele concentrarse en la economía, en la inseguridad o en los pleitos partidistas. Pero detrás de todo eso hay un deterioro más profundo; la erosión del Estado de derecho, la desconfianza en los contrapesos, la normalización de la improvisación. Una nación puede soportar crisis económicas; lo que no soporta tan fácilmente es perder el suelo institucional que mantiene

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