Los trabajadores vivían sin derechos reales: sin huelga, sin negociación colectiva, sin sindicatos libres. Su “protección” dependía del paternalismo del régimen y de salarios que siempre iban por detrás de la inflación. Las mujeres, convertidas legalmente en menores de edad, necesitaban permiso marital para trabajar, abrir una cuenta o disponer del patrimonio familiar. Su vida estaba diseñada para la obediencia: no para la libertad.
Los estudiantes sufrían un sistema educativo vigilado y adoctrinado, donde pensar por cuenta propia costaba una ficha policial. Los periodistas trabajaban bajo férrea censura: lo que se escribía, lo que se decía y lo que se callaba lo decidía el Estado. Una prensa sin libertad no era prensa; era propaganda.
Los homosexuales y las lesbianas eran delincuentes a

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