Hay una verdad económica que a muchos incomoda: el arte no depende del capital para existir, pero sí para circular, perdurar y convertirse en un bien accesible para quienes lo aman. La creatividad puede surgir sin permisos ni presupuestos, pero para que un artista viva de lo que produce —y para que un ciudadano pueda adquirir lo que le conmueve— se requiere un mínimo irrenunciable de prosperidad. No es romanticismo, es aritmética. El arte es un bien espiritual sostenido por condiciones materiales.

Sin prosperidad personal, no hay compradores; sin compradores, no hay mercado; sin mercado, el arte se convierte en una artesanía heroica condenada a la precariedad o, peor aún, capturada por el Estado como herramienta de propaganda cultural. Y aquí comienza el problema político: el Estado, que

See Full Page