Los mapaches muestran una facilidad especial para moverse entre contenedores y jardines. Suelen verse en barrios residenciales de Norteamérica, donde las fuentes de alimento resultan abundantes y accesibles. La iluminación nocturna, la disponibilidad de restos y la escasez de depredadores han favorecido su presencia en entornos humanos. A pesar de esa cercanía, su conducta conserva rasgos de especie silvestre , sobre todo por su carácter oportunista y su autonomía.

Su supervivencia en las calles depende de esa capacidad para explorar y adaptarse sin someterse a control humano, una condición que explica por qué continúan siendo animales salvajes aunque convivan entre edificios y aceras. Esa convivencia con nosotros ha originado cambios visibles que la ciencia comienza a registrar .

La ciencia analiza cómo la cercanía humana modifica su desarrollo biológico

Las investigaciones sobre el proceso conocido como síndrome de domesticación sitúan a los mapaches como un caso singular. Este fenómeno se vincula con mutaciones que reducen la actividad de las células de la cresta neural durante el desarrollo embrionario. Dichas células intervienen en la formación del esqueleto facial, la pigmentación y las glándulas suprarrenales, responsables de la respuesta al miedo. Al disminuir su actividad, el resultado es una anatomía más juvenil y una menor reacción ante estímulos repentinos . Así, especies que viven próximas a los humanos tienden a desarrollar hocicos más cortos, orejas caídas y comportamientos menos reactivos. Los científicos consideran que este proceso, observado en perros y cerdos domesticados, podría repetirse ahora en los mapaches urbanos.

El trabajo realizado en la Universidad de Arkansas en Little Rock puso a prueba esa hipótesis con la colaboración de un grupo de estudiantes. Reunieron cerca de 20.000 fotografías procedentes de la plataforma iNaturalist para comparar ejemplares de zonas rurales y áreas metropolitanas de Estados Unidos. Cada imagen fue seleccionada para garantizar que mostrara individuos vivos en posiciones comparables.

Un estudio en Estados Unidos confirma cambios medibles en su anatomía

Los investigadores midieron la distancia entre la punta del hocico y el ojo y la relacionaron con el tamaño del cráneo. Ese método permitió detectar una diferencia de 3,56% en la proporción facial entre mapaches urbanos y rurales , un cambio que, aunque pueda parecer leve, representa una variación considerable en términos evolutivos. La docente Raffaela Lesch explicó a Frontiers in Zoology que la abundancia de residuos humanos constituye el punto de partida de esa transformación. “Donde hay basura, hay alimento fácil. Solo necesitan tolerar nuestra presencia para aprovecharla”, afirmó.

La reducción del hocico fue la característica más evidente. Los investigadores comprobaron que los ejemplares urbanos presentaban caras más compactas, similares a las de otras especies que conviven con el ser humano. Este patrón coincide con los casos descritos en zorros londinenses y ratones que habitan graneros suizos . En ambos, la adaptación al entorno humano ha provocado acortamientos faciales y cambios en la coloración del pelaje . La coincidencia entre especies sugiere que la presión ambiental derivada de la vida urbana produce efectos anatómicos comparables sin necesidad de cría selectiva.

La temperatura influye, pero el factor humano resulta decisivo en la evolución

El clima también intervino en el resultado. Los datos confirmaron que los mapaches de zonas cálidas tienden a tener hocicos más cortos que los del norte, una variación coherente con la llamada Regla de Bergmann . Sin embargo, el equipo observó que la influencia del entorno urbano se mantiene incluso cuando se comparan individuos que viven bajo temperaturas similares. Un mapache de ciudad en una región fría presenta la misma reducción facial que uno de zona templada, lo que demuestra que la temperatura no explica por sí sola el cambio. La presión evolutiva procede de la proximidad constante al ser humano y del tipo de recursos que esa cercanía ofrece.

Los investigadores destacaron que los mapaches urbanos están modificando su morfología a un ritmo perceptible y que esa tendencia podría extenderse a otras especies que prosperan entre edificios , como armadillos u zarigüeyas. Aunque estos animales toleran la presencia humana, mantienen su naturaleza silvestre y pueden transmitir enfermedades, por lo que la convivencia requiere prudencia . El estudio, no obstante, plantea que la frontera entre fauna salvaje y fauna doméstica se vuelve cada vez más tenue cuando las ciudades funcionan como hábitats permanentes.