La medicina venezolana, impulsada por la inteligencia artificial (IA), está en capacidad de alcanzar niveles inéditos de acceso, alcance y efectividad. Pero ese camino tropieza con obstáculos profundos, más culturales que tecnológicos, los mismos que enfrentó el Dr. José Gregorio Hernández al regresar de París en 1891. Persisten, con otras formas, las brechas formativas, la antigua conducta tribal y un paradigma hospital-céntrico y reactivo que aún impiden el cambio. Lo técnico es lo de menos: ya existen las aplicaciones móviles, la conectividad y la instrumentación autónoma basada en agentes y sistemas inteligentes. Falta, sobre todo, la voluntad de transformar el conocimiento.
Superar esas barreras exige una transformación cognitiva que integre el razonamiento clínico convencional con l

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