Los procesos electorales siempre colocan a las sociedades democráticas ante decisiones que marcan su rumbo. Son momentos en los que se condensan expectativas, frustraciones y esperanzas, y en los cuales cada persona proyecta su idea de futuro.
En el Perú, sin embargo, esa intensidad ha terminado demasiadas veces convertida en confrontación y polarización exacerbada. Y justamente porque las elecciones son cruciales para la vida de cada ciudadano, es necesario reconocer que la polarización nace de las conductas, emociones y hábitos cívicos.
El país ya ha visto cómo la crispación electoral fractura familias, bloquea conversaciones y convierte la política en un campo de batalla permanente que empeora la calidad de la convivencia. No obstante, la tensión no es un destino inevitable.
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