El sábado 8 de noviembre, mi rutina digital dio un giro inesperado. WhatsApp me envió una notificación fría: mi cuenta quedaba suspendida por supuestamente enviar “mensajes spam”. Algo similar había ocurrido una semana antes, pero en aquella ocasión la suspensión duró solo unas horas. Esta vez, sin embargo, la aplicación fue concluyente: mi cuenta quedó eliminada definitivamente. Buscar soluciones fue inútil; la única vía parecía ser cambiar de número y empezar desde cero. Con esa urgencia, me dirigí a la operadora.

En el trayecto, la Policía me intervino. Me pidieron mi identificación, como suele ocurrir con mayor frecuencia desde que se declaró el estado de emergencia. La sorpresa se convirtió en pánico: existía una alerta para el titular del número telefónico 980299826.

Los agente

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