México atraviesa uno de sus momentos más ásperos. No porque falten talento, recursos o voluntad en su gente, sino porque la nación parece desgarrada por líneas que, lejos de ser ideológicas, son ya heridas abiertas.

Somos un país que ha aprendido históricamente a resistir, pero hoy esa capacidad es erosionada frente a la polarización cotidiana, la desconfianza en las instituciones y la arrogancia de un poder que, en vez de tender puentes, cava trincheras.

Si la advertencia de campesinos y transportistas de ahorcar hoy carreteras y bloquear puentes internacionales es cumplida, habría que echar un vistazo a las políticas públicas desarrolladas desde un escritorio, no desde el campo y la calle.

Chihuahua, como las entidades fronterizas con Estados Unidos, tendría una afectación muy notoria

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