La actriz produce y es el centro de 'Flores para Antonio', un emotivo documental donde recuerda a su padre y muestra cómo afrontó su muerte y las heridas que provocó
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Alba Flores tiene, en estos momentos, 39 años. Seis más que los que tenía su padre, Antonio Flores, cuando murió un 30 de mayo de 1995. Cuando llegó a la edad que tenía él cuando falleció, ella se pidió, de alguna forma, permiso para seguir adelante. Era parte de un proceso de entender. De cerrar unas heridas que se abrieron de golpe delante de toda España. Si una muerte prematura es trágica en cualquier familia, cuando uno se apellida Flores cualquier asunto se convertía, en aquel momento, en un asunto de estado.
De alguna forma ese proceso ha culminado en Flores para Antonio, el hermoso y emotivo documental que produce y del que es el centro gravitacional, que llega este viernes a los cines. Dirigida por Elena Molina e Isaki Lacuesta, la película es una conversación a corazón abierto entre los miembros de los Flores, y un repaso por sus recuerdos en forma de un material de archivo inédito.
¿Por qué hacer ahora el documental?
Voy ahondando en la respuesta. Lo primero y más evidente es la madurez, el haber sentido que era el momento después de muchos procesos de terapia que he tenido a lo largo de mi vida. La madurez no solo tiene que ver con poder mirar mi propia historia y entenderla de otra manera y poderla explicar, sino también la madurez profesional de conocer a la gente adecuada. Si no hubiese conocido a Elena y a Isaki, igual habría tenido que esperar a que llegasen otras personas adecuadas para poderlo hacer. Es una mezcla de todo eso. Creo que también pesa el que yo ahora soy más mayor de lo que fue mi padre en vida.
¿Es duro pensar que está ya viviendo cosas que, de alguna forma, su padre no vivió?
Para mí fue más duro llegar a la edad con la que se murió. Ahí sí tuve que hacer una especie de ritual con mi familia para darme el permiso de vivir más tiempo de lo que él vivió.
¿Hubo líneas rojas en el documental?
Sabíamos que había temas que eran complicados, sobre todo porque, como se ve en la película, yo no los había hablado con mi familia y no era consciente de que los había hablado más en terapia que con ellos. Sabíamos que iban a pasar cosas y que necesitábamos mucho cuidado. Ha sido un rodaje muy de ‘los cuidados’, porque vimos que emocionalmente se estaba moviendo algo tan potente que todo el mundo alrededor se puso a cuidar. Necesitábamos que todo el mundo estuviese muy cómodo a la hora de hablar y que, precisamente, no se sintiera que había líneas rojas, sino que todo estaba permitido.
¿Le ha hecho pensar este proceso en cómo se contó la muerte de su padre y cómo se ha contado su legado?
Claro. No es que me haya hecho pensar, es que lo he ido viviendo según iba cumpliendo años. Ya desde muy pequeña pude vivir cómo una cosa era 'la verdad', lo que se decía en mi casa, y otra cosa las especulaciones que venían de fuera. Lo que me llegaba por la prensa, medios de comunicación, por la gente y la idea que se hace la gente de las cosas. He crecido sabiendo que ahí había algo que estaba mal, que no era justo y que ojalá pudiese yo enmendarlo de alguna manera. No sabía que podía. Este proyecto no ha nacido de ahí, para nada. Ha nacido más bien de querer celebrar su vida y su obra y que la gente que no lo conozca lo pudiese conocer y la gente que ya lo conocía pudiese ir a un lugar a recordarle.
Sorprende al ver el documental cómo Antonio Flores hablaba abiertamente de las drogas, no esquivaba la pregunta ni la conversación. ¿Era consciente de cómo él había afrontado ese tema, es más difícil ahora?
Él era una anomalía dentro del momento. Pero esto lo sé ahora. Yo era bastante consciente de que mi padre había sido muy natural siempre ante los medios de comunicación y con muy pocos tapujos para hablar de las cosas. Era un tío bastante transparente, pero no sabía hasta qué punto ni cuánto. Ha sido a raíz de este documental, de todo el trabajo de archivo que hemos visto y oído, cuando he escuchado muchísimas cosas nuevas de él. Ha sido de las partes que más me han sorprendido, escucharle hablar en su propia voz de muchos temas que a mí me habría gustado preguntarle. Era importante ver su manera de hablar sobre todos los temas, porque eso es lo que nos marcaba a nosotros, hasta dónde y cómo y de qué manera tratar las cosas, lo que nos ha dado una libertad enorme, porque como te digo, era muy transparente.
¿En su casa el tema de las drogas se ha tratado de forma abierta, o era un tabú y este documental ha hecho que se aborde?
Con mi madre mucha transparencia. Con los demás yo no me había atrevido a ir a preguntar, porque no quería abrir heridas. No por una cosa de tabú social. Mi familia en ese sentido no tiene muchos tabús. Se habla de esos temas. No quería hacer daño con las conversaciones. Creo que ahora es otro momento. Ha habido un salto cualitativo de conciencia y ahora sabemos que eso no marca la identidad de una persona o que no debería. Aun así, creo que todavía deja mucho que desear como hablan muchos medios de comunicación, las series o el cine, sobre este tema. Hay una manera que estigmatiza y una manera que no.
El apellido de cada uno marca, ¿el Flores marca más, para bien y para mal?
Yo siempre digo que es como ser muy conocido en un pueblo pequeño, pero a nivel de todo el estado. A la gente le parece que soy de su casa, o de su barrio o de su pueblo de toda la vida. La mayoría de la gente para bien. Y alguna gente también con sus prejuicios, claro.
Viendo el documental uno se pregunta si el arte se hereda, porque casi toda la familia ha acabado dedicada a ello.
Me lo he preguntado y yo siento que hemos heredado en la familia es una escala de valores. No sé si el talento se hereda o no. Sí pienso que en mi familia nos han educado a todos en que el valor supremo es el arte y buscar esa sensación de duende con el arte. De estar viviendo una cosa que realmente te emociona, te cautiva y te embriaga a varios niveles. Eso en mi familia es como el valor supremo y a partir de ahí nos han educado. De alguna manera todos nos hemos orientado hacia eso, porque es lo que nos han dicho que es lo valioso en esta vida.
También se ve el orgullo de pertenecer a una familia gitana.
Claro, pero eso también está dentro de mi familia. En los valores de los Flores ser gitano es la hostia. A nosotros nos han educado en que qué suerte tenemos de tener ascendencia gitana. Yo recuerdo, y me imagino que a mi padre y a mis tías les pasaría lo mismo, el choque cuando empecé a ver, ya con un poco más de uso de razón, que en el colegio eso a alguna gente le parecía una cosa peyorativa o mala, porque nuestra percepción es que teníamos suerte porque era especial. Es una cultura bonita que defiende la libertad, el arte, el amor al prójimo también. Son los valores que a mí me han transmitido y de los que me siento orgullosa.
Vivimos un momento donde se dan pasos hacia atrás en aceptar al que no es como uno. Su reivindicación tiene ahora casi más importancia.
Sí. Hay un auge de las ideologías de derechas, que son muy racistas, bastante potente. Pero luego también me pregunto cuánto de eso es verdad y cuánto una cosa provocada por el bombardeo constante de las redes y de los medios de comunicación, que con esta cosa del algoritmo siempre te llevan a lo peor de lo que está pasando. Porque luego las estadísticas dicen que España es de los países menos racistas de Europa. Tengo la sensación, cuando hablo con la gente, que sí que hay racismo residual en todos nosotros, que nos tenemos que seguir educando en ello, por supuesto, pero yo creo que también en este país… ni tan mal, aunque por supuesto, aspirar a mejor es una obligación. Me pregunto cuánto de la sensación de catástrofe ideológica de derechas es una cosa que tiene que ver con el bombardeo del algoritmo y cuánto es realmente lo que está pasando en la calle.

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