En el agro argentino , la intuición siempre fue una brújula. Durante generaciones, las decisiones se tomaron observando el cielo, leyendo la tierra, escuchando al ganado. Ese saber empírico sigue siendo invaluable, pero hoy convive —y, en muchos casos, compite— con una nueva lógica: la de los datos. En un escenario económico inestable, con presión cambiaria, márgenes ajustados y una demanda internacional cada vez más exigente, ya no alcanza con reaccionar. La competitividad pasa por anticiparse.

La verdadera revolución tecnológica en el campo no fue la llegada de los drones ni las plataformas digitales, sino el cambio cultural que implicó admitir que planificar con información precisa puede ser más eficaz que decidir por corazonadas.

Según estimaciones sectoriales, siete de cada diez

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