Cuando un joven tenista gana Roland Garros , en la categoría júnior, recibe todo tipo de elogios, encaminados a augurar una exitosa carrera jalonada por títulos profesionales. Pero no son pocos los casos de promesas que, una vez que alzaron un título de Grand Slam en la categoría júnior, no han logrado continuar esa senda de trofeos y partidos ganados. Es el caso de Carlos Cuadrado , extenista profesional español cuya carrera se vio truncada por las recurrentes lesiones. A pesar de haber triunfado en París y haber rondado el lugar 200 del ranking mundial ATP, se vio obligado a retirarse a temprana edad. Después de una etapa dedicada a ser entrenador, sintió la necesidad imperiosa de dejar esa vida atrás para embarcarse en una aventura extraordinaria: comprarse un velero y dar la vuelta al mundo, aventura que logró y que le ayudó, además, a redescubrirse a sí mismo.
El extenista barcelonés, nacido en 1983, demostró su talento con la raqueta desde niño, gracias en parte a su padre, que era entrenador. Desde muy joven entrenó intensamente y a los doce años ya era campeón de Europa de su categoría. Su momento cumbre en la etapa júnior llegó en 2001, cuando con 18 años se proclamó campeón de Roland Garros , un logro que le catapultó a la élite del deporte. En aquella final, Cuadrado derrotó con una superioridad exultante al argentino Brian Dabul por 6-1 y 6-0. Y los piropos no cesaron, una situación prácticamente calcada a la que vivió Carlos Alcaraz en su momento, al que se le comparaba constantemente con Rafa Nadal .
Sin embargo, ese triunfo en París marcó el principio del fin, pues la rodilla ya avisaba en el torneo, obligándole a usar hielo tres veces al día. Las graves y reiteradas lesiones fueron mermando su carrera profesional. Entre 2003 y 2006 sufrió cuatro operaciones de cadera y una de rodilla, a pesar de que hasta entonces nunca se había planteado que su carrera peligrase. Cuadrado colgó la raqueta a los 23 años , en septiembre de 2006, después de haber llegado en su mejor momento a la posición 222ª del ranking mundial,, en una época en la que apuntaba a ser uno de los grandes.
El golpe de ver truncado su sueño lo dejó con una herida abierta y un vacío enorme. Con apenas 25 años, ya era un “jubilado” que sentía que necesitaba irse “lejos” para desconectar y hallar calma. Cuadrado se marchó solo a Australia en 2008, un país que le había encantado años atrás, buscando un “destino ideal” para empezar de cero . En Sídney, comenzó a surfear y encontró una rutina que le proporcionó paz. Tras un primer año sabático, regresó al circuito como entrenador, trabajando con jugadoras de alto nivel como la eslovaca Daniela Hantuchova y las rusas Svetlana Kuznetsova y Anastasia Pavliuchenkova. Después de esta etapa, se dedicó a trabajar con Tennis Australia. Aunque creyó haber hecho las paces con el tenis, más tarde admitió que había vuelto demasiado pronto. Cierta insatisfacción y el deseo de hacer cosas nuevas persistían.
Lugares remotos (y peligrosos)
En 2017, impulsado por el vacío que el tenis le había dejado y la necesidad de buscar nuevos retos, Cuadrado dio un giro radical a su vida. Invirtió todo lo que tenía en la compra de un velero oceánico, a pesar de tener poca experiencia en navegación, y se lanzó a la aventura de dar la vuelta al mundo . Necesitaba probarse a sí mismo y recuperar la adrenalina que sentía en la competición. El periplo se convirtió en un viaje que se alargó cuatro años. Su velero era un ketch de acero de 12 metros, diseñado para navegar océanos con seguridad. Navegó varios años, visitando lugares remotos y espectaculares como Indonesia, Tailandia, Ciudad del Cabo, Madagascar y las islas Marquesas. Muchas de las grandes travesías las realizó en solitario, buscando un reencuentro interior y una paz ansiada.
Esta aventura no estuvo exenta de peligros. De hecho él mismo la calificó como una “locura peligrosa” , pero peor era no intentarlo. Relata tormentas que casi lo vencen y encuentros con piratas. El océano Índico fue, sin duda, el más duro, con olas cruzadas y tormentas violentas. En momentos críticos, como cuando el piloto automático se rompió en el Índico, a 2.000 millas de Seychelles, el extenista utilizó la resiliencia y la capacidad de afrontar retos que aprendió en el tenis. El mar, eso sí, le ofreció la sanación que necesitaba. Cuadrado tuvo que pasar por un proceso de duelo de diez o doce años. Y el viaje fue una forma de reconciliarse con su pasado y reencontrarse con su identidad, aprendiendo a soltar el control y a vivir con lo esencial. Al terminar la vuelta al mundo, sintió una paz interior y una calma que no tenía, dejando de preguntarse qué tan lejos hubiera podido llegar en el ranking si su físico no se hubiera quebrado.

Esta odisea la pudo plasmar en su libro ‘Un rival impredecible’, en el que relata su vida marcada por el deporte, el vacío que dejó la retirada, y el viaje en velero, funcionando casi como una terapia para el autor. Dedicado a su padre, quien le transmitió la pasión por el tenis y el mar, la obra es un homenaje a la resiliencia y la búsqueda de sentido más allá del éxito. Actualmente, Carlos Cuadrado ha regresado al tenis , que reconoce como lo que mejor sabe hacer y lo que más le gusta. Trabaja para su deporte favorito en Australia y representa a jugadores profesionales como Thanasi Kokkinakis, Jason Kubler y Alexei Popyrin. También entrena a la joven promesa australiana Emerson Jones, con quien busca repetir el éxito en Roland Garros en categoría júnior… pero observando la pista con una mirada más serena.

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