La editorial Caja Negra publica 'Un destino común', un libro que recoge charlas y conversaciones de la directora argentina en universidades y con compañeras como Carla Simón

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Lucrecia Martel es algo más que una cineasta. Es una persona que cuando habla el resto calla y escucha, porque sabemos que de su boca va a salir una reflexión que nos haga pensar de otra forma. Igual que sus películas, obras maestras como La ciénaga o La mujer sin cabeza, nos hacen plantearnos las normas del cine establecido, las intervenciones de la cineasta argentina en las clases magistrales que ofrece en universidades y festivales expanden la forma en la que nos cuestionamos todo. Solo hay que recordar aquel emocionantísimo discurso para entregarle el León de Oro honorífico a Pedro Almodóvar. En apenas unos minutos, logró que el cine de Almodóvar resonara en toda su magnitud poética y política.

Martel no se doblega. No se une a las corrientes dominantes. Dice lo que piensa, y lo justifica. Es una defensora acérrima del diálogo, incluso con el que piensa diferente. Así cree que se puede avanzar. Ahora, la editorial Caja Negra edita en un libro esas conversaciones que dio en museos, universidades y que mantuvo con colegas de profesión como Carla Simón. Un libro para subrayar frases, para repensarnos. Para intentar, como pide ella, “convocar un destino común”. Uno en el que quepan todos. Los pueblos indígenas, los que viven en los márgenes, los olvidados... Una forma de mantenerse optimista mientras reinventamos el cine, y el mundo que nos ha tocado vivir como de alguna forma intenta su nuevo filme, Nuestra tierra. Para ella cada palabra cuenta. Cada término es una forma de cuestionar algo. Por eso prefiere contestar a esta entrevista por cuestionario, para poder reflexionar cada respuesta.

Tengo la sensación de que la desazón es el sentimiento que se desprende de sus últimas charlas, ¿lo sigue teniendo?

Comparto con la mayoría una preocupación acerca del futuro. Tenemos mucho por hacer para que no sucedan las penurias que imaginamos, y en ese sentido estoy optimista, porque nos quedan todavía jugadas por hacer. Quizás si ha percibido cierta desazón es porque es mucho trabajo.

¿Hasta qué punto cree que la pandemia y, de alguna forma la llegada de las plataformas, fue un punto de inflexión en esa desazón?

Todos hemos pensado cosas singulares en esos días. Además de ver animales de excursión en nuestras ciudades, de escuchar pájaros que no sabíamos que teníamos de vecinos, y dormir con menos ruido, además de esas cosas magníficas, unas premoniciones oscuras nos invadieron. La primera, que ya era bastante obvia en Latinoamérica, es que la salud es un lujo de los ricos. Y quien tenga más dinero accede a mejores remedios.

En ningún pueblo se rompieron las puertas de las iglesias para salir en procesión y que la Virgen pare la peste, porque la peste había escapado de un laboratorio y solo otros laboratorios podían detenerla. Nuestros dioses empezaron a palidecer. Eso nos ha pasado. Delegamos la salud en la ciencia. La vacunación fue una nueva forma de comulgar. Al menos las fotos que se publicaron de vacunación se parecían mucho a las de mi primera comunión. Yo, que he perdido la fe hace mucho, no me preocupé por esto.

Ser solidario era quedarse encerrado, esa fue la frase que prendió en mí la alerta. Nos dejamos encerrar por gobiernos que negociaban vacunas rodeados de sospechas de corrupción, haciendo negocios millonarios, mientras los ciudadanos estábamos enfermos o separados de nuestros enfermos. No puede sorprendernos que el interés en la política haya decrecido. La economía se paró, y la economía de las pequeñas empresas se hizo pedazos. Pero los gobiernos vieron cuánto más fácil era gobernar con la gente encerrada y asustada. Y entonces no debe sorprendernos el ascenso de la derecha.

El encierro fue mucho más llevadero porque hace tiempo que nuestro espacio vital se ha restringido. La tecnología de las comunicaciones genera la fantasía de la visita, que es otra cosa. Ir de visita es otra cosa. Comunicarnos con símbolos, con solo sonidos, con imágenes planas, es algo que también hacen las máquinas. Nosotros necesitamos un poco más. Las plataformas nos ofrecieron infinitas horas de series, películas con las que paliar el insomnio, la angustia de que algo sin precedentes nos estaba sucediendo. Y nos doblegamos ante la tecnología y sus gurúes por miedo a la muerte. Aunque fuera también la tecnología del transporte responsable de la expansión del virus, la tecnología de los laboratorios la que afiló los colmillos. Empezamos a sentir que esta Tierra era demasiado chica, demasiado sucia, quizás si fundáramos colonias en el espacio… Y abandonamos nuestro planeta. En nuestro corazón, ya no estamos aquí, la mayor parte del tiempo estamos en el espacio, en un futuro que no necesita de mucha gente. El festival de los ansiolíticos.

¿Qué rol tiene el cine ante este panorama? ¿Hay una necesidad de, a pesar de ello, ser optimista?

Voy a llamar cine, como acordamos con Ernesto de Carvalho, antropólogo y compañero clave de Nuestra Tierra, a toda narración que haga uso de imágenes y sonidos. Parece lo mismo, pero es algo que hay que inventar con nuevas ideas de narrativa, de financiación, de distribución. El cine puede alterar la percepción agotada de prejuicios, intoxicada de tecnologías de control. Como antes alteraba a los indios las plantas sagradas. El cine puede permitirnos volver a ver algo que no estábamos viendo, porque las hemos naturalizado. Puede hacernos escuchar cosas que por constantes hemos dejado de escuchar.

Puede que parezca una exageración, pero este cine que deseamos inventar es un buen refugio para toda persona que tenga pensamiento crítico y ame este planeta. Para todos los que sienten curiosidad por los otros de nuestra especie y de otras. No es un cine para enunciar verdades. Y una buena noticia, para ser parte de este cine no hay que hacer decenas de películas, no es un cine para tener una carrera de director de cine, no es un cine para por fin hacerse la pileta en el fondo de la casa, sino para ir en busca de la aventura de habitar un planeta. No es un manifiesto esto, es un deseo que comparto con muchísimas personas.

Para usted el lenguaje es una forma de encontrarse con los otros. Defiende conversar con gente que no piensa como nosotros, ¿no es cada vez más complicado?, ¿qué puede sacar uno de una conversación con, por ejemplo, alguien de extrema derecha?

Cuando uno habla con alguien, un rato serenamente, las etiquetas con las que catalogamos a las personas se desvanecen. Ese es el momento donde se puede transformar el mundo. Hay que llegar a esos momentos, cuanto antes. La disposición al diálogo no para evangelizar, sino para entrar en el laberinto del otro, para tratar de comprender cómo ve el mundo. No significa acordar, pero es el primer paso para tener algo en común. Es necesario erradicar la idea de enemigo, porque con esa idea llegamos hasta acá y no estamos felices.

Cuando uno habla con alguien, un rato serenamente, las etiquetas con las que catalogamos a las personas se desvanecen. Ese es el momento donde se puede transformar el mundo

¿Vamos al cine a que nos den la razón?

El cine de la sustitución de una verdad por otra es el cine de la razón. Como le decía antes, limitar el cine a la función de informar nuevas verdades, es una pena, porque no se trata de cuál es la verdad que debe ser desbancada, sino de con qué artimañas construimos consenso o imponemos sobre los otros una idea supraeterna a la que todo debe doblegarse. Alguien puede decir, pero debe haber una forma de definir un hecho, algo que ha sucedido. Por supuesto, pero es eso justamente una forma de definir.

¿No está de moda también una ‘ambigüedad’ que acaba siendo una ausencia de posicionamiento que puede ser apropiada por cualquiera?

Si está de moda, es cuestión de esperar que pase la moda. No es para preocuparse. De lo que yo hablo no es de no tener posiciones, sino de no imponerse sobre la humanidad como si uno fuera la única cosa buena. Mantenerse alerta porque tampoco las posiciones permanecen fijas. Ojalá me equivoque, pero creo que viene el tiempo en donde creer va a ser un peligro. Antes de creer en una noticia, antes de creer en una imagen, antes de creer en un grito en la calle, vamos a tener que hacer muchísimas operaciones intelectuales, y físicas. La gente que abraza las verdades eternas va a ser la más fácil de engañar.