24 horas sin dormir. El viaje en el modesto Renault 4, con su mánager al volante, lo dejó en pésimo estado y le agravó su dolor de espalda crónico. Los kilómetros y kilómetros por ruta hasta Colonia, Alemania no hicieron más que empeorar su humor. Y todavía podía salir peor.

Cansancio extremo. Y cuando por fin llega a la ciudad, nada mejora. Keith Jarrett no pudo cenar —un error de último minuto del restaurante— y en la Ópera de Colonia, en vez del Bösendorfer grande que pidió, hay un piano de cuarto de cola. Desastre inminente.

Pero Jarrett no cancela. Se sienta. Respira. Y no hace nada. O todo lo contrario: deja que el tiempo pase —un gesto que ya era costumbre antes de cada concierto— hasta que algo le toma las manos sobre las 88 teclas. Hasta que llega el éxtasis, el genio,

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