Hay momentos en la historia de un país en los que las transformaciones no nacen de un decreto ni de una coalición poderosa, sino del impulso profundo de la ciudadanía. El voto de opinión es esa energía que no se ve, pero se siente. Ese latido cívico que, cuando despierta, sacude viejas estructuras y redefine lo posible.
El voto de opinión no es un voto cualquiera. Es un voto que piensa, que siente, que se informa. Es la decisión de quienes creen en las ideas antes que en los favores; de quienes entienden que la política no debe comprarse, sino construirse. Es el voto de los ciudadanos que no se dejan intimidar por el ruido, ni convencer por promesas vacías, ni comprar con prebendas disfrazadas de ayuda.
Es un voto que vale más que cualquier maquinaria, porque nació de la libertad. Y la l

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