El artista Tomás Vélez presentó en Buenos Aires una serie de esculturas metálicas que se expanden y contraen imitando la respiración humana.
El efecto se logra mediante sensores que captan el movimiento de la gente cercana y lo transforman en pulsos mecánicos.
Las esculturas parecen “cobrar vida” cuando una persona se acerca, generando una conexión emocional inesperada.
Críticos consideran esta obra un avance significativo en la integración del arte con la biointeracción.

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