Han pasado 25 años desde que, en una sala del entonces Servicio de Inteligencia Nacional, se explicitó una estrategia destinada a asegurar el control total de las instituciones encargadas de investigar y sancionar la corrupción. En el año 2000, el asesor presidencial expuso ante un grupo de congresistas una fórmula que sintetizaba la arquitectura de ese modelo. Si el Congreso, el Jurado Nacional de Elecciones, el Poder Judicial y el Ministerio Público quedaban bajo influencia directa, el poder político podía operar sin supervisión ni riesgo de responsabilidad. Aquella afirmación no fue una simple constatación: fue la hoja de ruta que orientó un proyecto de poder concentrado. Allí nació la cleptocracia que nos gobierna.

A un cuarto de siglo de distancia, ese patrón conceptual reaparece baj

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