Existe una máxima que los economistas y políticos de antaño parecían ignorar: una cosa es la guerra y otra muy diferente, los negocios. Durante los años 90 y principios de los 2000 se vendió la idea de una globalización sin fronteras.

Bill Clinton, en el Foro Económico de Davos, hablaba con elocuencia sobre un proceso diseñado por su predecesor, presentándolo como el triunfo definitivo de la libertad humana. Se dijo entonces que, si se integraba a rivales como China y Rusia en el comercio mundial, su estabilidad incrementaría la de Occidente. Hoy se sabe que esa promesa contenía una trampa compleja para la economía estadounidense.

La realidad es que, mientras Estados Unidos garantizaba el acceso libre a sus mercados, sus competidores y supuestos aliados tomaron ventaja. China, con sus in

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