El 2025 termina como un año que nos deja, otra vez, la sensación dual de avance e inmovilidad. Un año en el que el país mostró destellos de lo que podría ser —creatividad, talento, resiliencia empresarial, ciudadanos que no renuncian a construir comunidad—, pero también un año en el que seguimos atrapados en los mismos nudos que arrastramos desde hace décadas. Quizá la mejor manera de resumirlo sea reconocer que hemos avanzado, sí, pero no lo suficiente para cambiar la trayectoria de fondo.

No avanzamos en recuperar la confianza: ni en lo público ni en lo privado. Seguimos viendo instituciones débiles, agendas que cambian con el viento, liderazgos más preocupados por sobrevivir que por servir, y una ciudadanía que alterna entre la frustración y la indiferencia. Tampoco avanzamos en dest

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