La prueba de fuego fue el domingo 14 de agosto de 1881. La disertación del doctor Carlos Finlay , de 47 años, de largas patillas sin barba y de pequeños anteojos ovalados, de hablar un tanto entrecortado, secuela de una violenta fiebre tifoidea contraída en su juventud, era el motivo por el cual muchos de sus colegas colmaran el primer piso del ex convento de San Agustín, un antiquísimo edificio fundado por los españoles en el siglo XVII. Allí se celebraba la asamblea ordinaria de la Real Academia de Ciencias Físicas y Naturales.
En esa exposición, relató las conclusiones de años de investigaciones, remarcando el hecho de que la hembra del mosquito aedes aegypti era el agente transmisor de la fiebre amarilla , un verdadero flagelo que hacía estragos en la población, ya que nadie sab

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