Filipo II, rey de Macedonia, acompañado de su hijo, cortesanos y soldados, en campo abierto, observaba con asombro cómo la bestia que le había costado una fortuna —trece talentos— relinchaba y tumbaba a todo aquel que intentaba montarla. Era un caballo negro tesalio, imponente: de talla mayor que la común, con un ojo azulado y de temperamento feroz. Lo nombraron Bucéfalo por su gran cabeza. El príncipe Alejandro, de apenas trece años, detectó que el nervioso caballo se asustaba con su propia sombra, lo que provocaba su reacción salvaje. Pidió a su padre montarlo; Filipo accedió con gracia y curiosidad, ante la risa de sus acompañantes.

Todos se prepararon para contemplar el espectáculo. El príncipe adolescente giró al enorme animal hacia el sol para ocultar su sombra de su vista, lo acari

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