Mientras el mundo se deshacía bajo el estruendo de la Segunda Guerra Mundial, Galina Konstantinovna Petrova , joven enfermera del batallón de infantería naval de la Flota del Mar Negro, encarnó una tarea tan llena de valentía y coraje como silenciosa. Su misión diaria era desafiar a la muerte en medio de los bombardeos: cada herido que lograba rescatar era una pequeña victoria en medio del desastre; cada paso hacia la zona de fuego, una prueba de su terquedad por mantenerlos con vida.

Galina, en sus veintes años, actuaba cuando las ciudades ardían y los soldados caían sin tregua. Sus manos delicadas y su corazón que no conocía la derrota la guiaban una y otra vez hacia donde silbaban las balas, estallaban las minas y los alambrados parecían querer cerrarle el paso a la esperanza que la

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