El mundo moderno parece diseñado para que no nos movamos del asiento, para que el sillón nos atrape mirando una pantalla. Pero caminar es tan natural para el ser humano como respirar. Nuestros ancestros cazadores recolectores caminaban entre 10 y 16 kilómetros diarios , el equivalente a 20.000 pasos. Pone en perspectiva la meta de 10.000 pasos al día de nuestras pulseras. 

Caminar fortalece nuestros huesos, previene enfermedades del corazón y mantiene ágil nuestra mente. Pero esta simple medicina puede volverse en nuestra contra si usamos el calzado inadecuado. Una zapatilla que nos haga pisar mal no solo puede causar dolor en los pies, sino provocar una reacción en cadena que termine afectando las rodillas, la espalda y nuestra postura.

Nuestros pies son un mecanismo asombroso compuesto por 26 huesos, 33 articulaciones y 107 ligamentos. Son la base que sostiene todo nuestro cuerpo, y sin embargo, los embutimos en zapatos demasiado ajustados, con tacones imposibles, punteras estrechas que amontonan los dedos o, por el contrario, zapatillas demasiado blandas que los debilitan. El resultado son uñas encarnadas, fascitis, pies planos, juanetes y dedos en martillo. 

Por eso los zapatos adecuados son tan importantes. Como explica la podóloga Rocío Prado, es necesario encontrar el punto justo: “Con demasiada amortiguación las rodillas y el tobillo sufren, porque al final son articulaciones que rebotan al pisar y te pueden causar daños. Pero, por ejemplo, si ya tenemos una fascitis plantar o problemas de rodilla o de cadera, la amortiguación nos viene bien, pero una amortiguación media”.

Por ejemplo, una pisada pronadora en exceso , que gira la planta del pie hacia dentro y deja el apoyo en el contorno exterior, altera la alineación corporal: las rodillas se tuercen, la pelvis se adelanta y aumenta la curvatura lumbar. Este desequilibrio postural puede ser el desencadenante de problemas de rodilla, sobrecargas en los gemelos, fascitis plantar y otras dolencias. 

El pie, el calzado y el terreno

Caminar es un diálogo constante entre nuestro cuerpo y el terreno que pisamos, ya que los pies no son unos simples zancos sobre los que nos apoyamos, sino órganos sensores que dan información al cerebro para adaptar la pisada a la superficie. Esto hace que el paso se adapte a los diferentes terrenos por los que pisamos:

  • Asfalto y terrenos duros: son terrenos planos y predecibles, pero muy raros en la naturaleza, y nuestros pies no han evolucionado para ellos. La prioridad aquí es la amortiguación. El impacto repetitivo sobre una superficie tan dura puede castigar a las articulaciones de tobillos, rodillas y caderas. “Una suela flexible y un zapato con la pala alta, que no sea muy bajo para que no nos rocen los dedos, que sea elástico, pero que no sea duro, que no tenga costuras por el interior y que tenga un poquito de amortiguación”, recomienda Prado.
  • Senderos de montaña: exigen una gran adaptación a nuestros pies. En las subidas, por inercia, pisamos con la parte delantera del pie, cargando la musculatura inferior de la pierna. En las bajadas, lo ideal es pisar con el medio pie o toda la planta para repartir el peso, pero la fatiga hace que apoyemos en exceso el talón, sobrecargando los cuádriceps. Además, el terreno es irregular y lleno de obstáculos, como piedras y agujeros. El calzado para montaña debe ofrecer sujeción para el tobillo, suelas rígidas con alta tracción y una cierta amortiguación, pero no excesiva. Según Prado, “el pie se tiene que ir adaptando al terreno, si llevo un zapato muy plano me puede hacer daño, pero si llevo mucha amortiguación, tampoco tengo buen el control del pie y pisando una piedra se me puede ir”.
  • La arena de la playa: caminar por arena blanda es un esfuerzo intenso que fortalece la musculatura del pie y el tobillo. Sin embargo, esa misma inestabilidad puede ser un riesgo para tobillos débiles. En este caso, la opción más segura para paseos largos es la orilla, donde la arena está húmeda y compacta, puede ser un calzado minimalista y flexible que proteja de objetos cortantes, o incluso ir descalzo para estimular los receptores del pie. “Es cierto que no es para todos los públicos”, comenta Prado. “Pero para caminar por la playa casi prefiero que vayan descalzos a que vayan calzados”, añade.

Cómo comprar los zapatos adecuados para caminar

Elegir el calzado para andar no es una cuestión de moda, sino de funcionalidad. Antes de dejarnos llevar, conviene hacer un pequeño estudio previo de nuestras circunstancias e intenciones:

  • Determina tu tipo de pie: ¿es plano, con arco neutro o cavo? La prueba de la huella (mojar el pie y pisar sobre un papel) puede dar una pista. Los pies planos necesitan estabilidad y control de movimiento, mientras que los pies cavos requieren más amortiguación para distribuir la presión.
  • Calcula la amortiguación: para asfalto, buscar una suela con buen agarre y con una amortiguación suficiente, especialmente si se padece fascitis. Para montaña, la suela debe tener tacos profundos y ser de un compuesto de goma adherente que evite resbalones. Además, debe presentar cierta rigidez a la torsión y soporte para el tobillo, con una caña más alta, para proteger el pie de los tropezones, pero al mismo tiempo permitir la flexión natural en la zona de los dedos.
  • El ajuste perfecto: el calzado debe probarse por la tarde, cuando el pie está más hinchado, y debe quedar un centímetro de espacio entre el dedo más largo y la punta del zapato. La horma debe permitir que se desplieguen los dedos, y tener un contrafuerte firme en el talón que proporcione estabilidad.

El precio no siempre es una buena indicación. No se trata de comprar el modelo más caro, sino el que mejor se adapte a nuestro pie y al terreno que pisamos.