Venir a Tepic a hablar de Amado Nervo se antoja a pensar que es como ir al Vaticano a enseñar el Padre Nuestro. La analogía, aunque piadosa, encierra una herejía local: es una necedad, porque en Tepic, si acaso habrá algunos que declaman un par de poemas, la realidad es que se le lee nada. Es cierto que aquí todo lleva su nombre; la ciudad respira su nomenclatura y tiene un festival que lo celebra, pero esa omnipresencia es una máscara: sólo algunos pocos, no más de dos, le conocen y estudian a fondo. Tal vez por esa fatiga de lo cotidiano, o por la desidia que provocan los profetas en tierra de profetas, los paisanos de Nervo no abarrotaron su Casa Museo para escuchar, hace apenas una semana, la cátedra de uno de sus mayores exégetas. Prefirieron irse al beis.

Ese sábado, el vacío en las

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